¿Por qué guardar silencio?
- logiagiordanobruno
- hace 4 días
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Vivimos en un mundo convulso en donde nos sorprende encontrarnos o descubrirnos ante el silencio. Justo ahí en el silencio que nos permite escucharnos a nosotros mismos; en lo que podríamos identificar como nuestro propio “ruido”, lo que podemos “escuchar” en lo más interno de nuestro fuero. Vivimos en un mundo en donde se nos domestica para guardar silencio, y si acaso uno quiere hablar, en ocasiones se tiene que pedir permiso pues en la lógica de la comprensión se asume que el que escucha se verá recompensado con la interlocución, o con la comprensión más completa de lo complejo o a la vez sencillo.
Aunado a ello, la interrupción entre voces compartidas nunca es bien vista en ciertos protocolos de la retórica o confrontación de ideas, por lo cual, se apela a la espera en silencio de una oportunidad para interferir. Quien aprende a guardar silencio, se convierte en un estratega. Edward T. Hall en su obra El Lenguaje silencioso[1] deja ver entre líneas, que tanto los japoneses como los árabes, son muy diferentes no solo en su administración de los espacios, sino en su expresión “silenciosa” en ciertas áreas de la socialización, en comparación con personas de cultura norteamericana que son más extrovertidas, y que, por ello, sus negocios resultan diferentes.
Se nos educa para guardar silencio en la iglesia o templo, en la escuela, en ciertos momentos con la familia, en el museo, en algún concierto de cierto género musical, en un juicio en tribunal, (en los monasterios del saber), las bibliotecas, en lo luctuoso o incluso en la calle.[2] Podría argumentarse entonces que, el silencio se impone y que por ello en ocasiones no es fácil expresar ciertas ideas; pero quizá sea esto más complejo porque, explicar la realidad no es sencillo, y porque con el lenguaje común en ocasiones no es fácil hacerlo. El problema de aceptar el silencio podría radicar en la complejidad del lenguaje. Por tanto, guardar silencio permite comprender mejor el sentido de la comunicación.
En el ensayo El Lenguaje de la Soledad; una vida sin objeto(s) del escritor uruguayo Carlos Liscano,[3] relata el autor en torno a su estancia durante 15 años en la cárcel de Libertad[4] cayó en cuenta por costumbre, cómo es importante el saber guardar silencio y también el apreciar el sentido propio del uso de la palabra. Liscano cuenta que podrían pasar días para responder a otro compañero recluso, con un enunciado escueto a una pregunta; en la cárcel el tiempo, la palabra y el silencio, transgreden el orden dimensional tradicional. Hay tiempo y silencio de sobra. La praxis del hacer silencio implica observar y aprender a escuchar, en los “sonidos del silencio” se hayan claves del discernimiento para comprender el sentido epistémico (del conocer) lo que se pretende explicar. El silencio aprendido también permite reconocer los intersticios que se hayan entre fonemas, sonidos o palabras. No es lo mismo deletrear que silabear, ni silabear a decir la palabra completa, y así, el enunciado nos lleva a un nivel de comprensión que ya no radica solo en reconocer la idea, sino de articularla para ponerla en cotejo. La retórica y la lógica son artes de dominación lexicográfica que nos permite identificar y diferenciar signos y símbolos.
El golpe del mallete en un tribunal o templo no infiere únicamente en que hay un orden jerárquico, sino en poner atención a lo que en lo sucesivo expresa el protocolo de la formalidad. En un régimen de inteligibilidad, se requiere ser claro en la expresión lingüística de tal forma que la complejidad en la comprensión sea más asequible y menos confusa. Parte de este avatar se debe a que no todas las personas comprenden o entienden de la misma forma, puesto que el lenguaje cruza ideologías e idiosincrasias en diferentes niveles culturales de entendimiento y saberes. El mallete (martillo o mazo) masónico tiene cuatro figuras poliédricas: pirámide (espíritu, inteligencia y acción); cubo (materia); cilindro (causa y efecto, abrir y cerrar, vida y muerte); y el manillete o palanca, (ciencia y acción humana). [5] Todo esto converge en acción, silencio, y delimitación de un lenguaje compartido. Este objeto masónico permite delimitar el silencio y el habla, por tanto, es la joya del destino, quien tiene el mazo, decide un fatum. [6]
En su texto ¿Qué significa hablar? Pierre Bourdieu alude a lo siguiente: “`Conviértete en el que eres´ tal es la fórmula contenida en la magia performativa de todos los actos de institución. La esencia asignada por el nombramiento o la investidura, en el más verdadero sentido de la palabra es un fatum, lo que puede decirse también y sobre todo de las conminaciones, a veces tácitas, a veces explícitas que los miembros del grupo (…) dirigen continuamente (…) y que varían en su intención e intensidad según las clases sociales y, dentro de éstas, según el sexo y el rango de la fratría”. [7] Esta referencia, permite vislumbrar, los avatares del estudiante que por temor a una mala reacción de sus compañeros(as) en clase, omite su participación en silencio. Lo mismo pasa en ocasiones en la Columna Boreal, pero para evitar el escarnio y promover el respeto, se inculca primero el silencio para permitir una mejor observación en el entorno y a su vez, una mejor comprensión del símbolo. No se obliga al Aprendiz al silencio porque no sepa lo que va a decir, sino porque “en el principio fue el ojo, no la palabra”. [8]
El silencio nos confronta con los límites. Muerte y vida, inicio y fin. Nos permite asimilar nuestra propia contingencia, así como lo percibían los antiguos estoicos, nos muestra la delimitación de nuestro sentido inherente y cognitivo. El lenguaje, es punto de referencia indefectible de la comunicación de la naturaleza animal o primitiva, pero, aunque forma parte de ello, el silencio comunica también a través del signo y en el símbolo como consecuencia.
En ciertas épocas de la antigüedad medieval o bizantina, los heremitas ponían en práctica el silencio como un modelo para observar con detenimiento, pero también, porque quien hablaba de más, podría sufrir de forma cruel un castigo por ser indiscreto. Sin duda, “hablar de más” podría ser, comunicar o compartir conocimiento que contravenía a un establecimiento de poder y orden. Y paradójicamente, quienes tenían el conocimiento que permitía entender la realidad en sus diferentes aristas eran las órdenes catedralicias que pese a proscribir ciertos textos, terminaron fundando el principio de la episteme universitas, es decir, las universidades del conocimiento compartido.
La masonería se asume como una escuela de conocimiento. En tanto, recoge de la experiencia simbólica de la cultura algunos elementos para crear su propio rito de paso ¿por qué no habría de hacerlo? Si la cultura compartida eso es, el compartir un lenguaje creado en el devenir histórico de su producción sígnica de un sistema de comunicación. Por lo cual, se reconoce también como un código. La masonería como tal, contiene varios signos y símbolos que aluden al silencio; en éste, se muere y se renace, pero también se acciona la psique y el fonema en una articulación en forma y tiempo.
La estética del silencio remite al “nosce te ipsum” y su consecuencia en la comprensión del resto del mundo sensible o comprensible. El acto inherente, implica saber cuándo callar pues quien domina esta técnica, sabe cuándo es necesario hablar, pero no solo en el entendido de la expresión, sino de la comprensión de quien comparte su entender. Por eso, en la dialéctica formal, o estética, el maestro que hace silencio, también aprende del estudiante, del aprendiz. Quien en su soberbia supone que un aprendiz no nos enseña algo nuevo, ignora que el conocimiento ordinario o no legitimado, sigue siendo per se, un conocimiento.
¿Qué nos enseña un guardia exterior del templo en la connotación de símbolos masónicos? En principio, la alteridad del orden jerárquico de lo profano o lo litúrgico, y en buena medida, que, en esa línea de delimitación, hay un lenguaje de silencio, ya sea, porque en lo litúrgico se aleja el sujeto de lo profano, o ya porque la otredad en su alteridad no debe escuchar lo que se dice en un fuero interno. En este sentido, el silencio remite a la secrecía. Podría decirse que entre el espacio profano y litúrgico hay un código de silencio y habla con sus debidas proporciones. Así, también los diáconos trabajan con el silencio y el secreto, pues tienen como tarea el comunicar en silencio del Oriente a Occidente y en un segundo nivel de comprensión, de norte a sur y en el sentido dextrógiro, el mensaje del Venerable Maestro sin que los demás lo escuchen.
El signo de Harpócrates remite no sólo a hacer silencio, sino al ejercicio de la observación, sin embargo, es necesario dejar claro que, en la episteme masónica como práctica, el hablar es necesario, pero ello implica también saber construir las ideas en el tejido sensato de una racionalidad que sirva para los propósitos de la generación y el compartir conocimiento, indistintamente del que sea, será de provecho. La masonería es introspección; la cual, al mismo tiempo es silenciosa, muy lejana del parloteo. También de la ignorancia se aprende, como tal, derivado del sentido propio de lo ignoto, o lo que está por conocerse. Por tanto, se aprende también del maestro ignorante, el cual podría enseñar de forma directa o indirecta.[9] Esto podría derivarse de los medios que el lenguaje nos permita tener o prever acorde a niveles de comprensión; el profesor Jacotot enseñó a sus alumnos sin conocer ni él ni ellos el lenguaje de cada bando, lo que podría demostrar en cierta medida, que se puede aprender sin hablar mucho, o en un silencio de observación.
El abrir los trabajos con un golpe de mallete remite al sepulcro, a la idea monolítica del estar en un momento determinado por la atención, el sustraerse de un mundo profano para entrar en el medio por demás silencioso, que refiere de nuevo a una condición de trabajo en la media luz, o en la caverna que permite discriminar sombras de luces o claroscuros, en las medianías del damario que, al pisarse, se pierde de vista que la penumbra es gris.
Nótese entonces, que, en el sentido levógiro[10] del orden masónico, el caminar nos lleva de la dominación de la fuerza y las pasiones, a la belleza de la virtud, y más allá, hacia la sapiencia no divina, sino de lo que se comparte en la conciencia del ser sujeto social, de la representación de un pueblo con leyes; es decir, en el plano terrenal de la oratoria. Y ese camino tiene la particularidad de crearse, en el sentido dialógico de la introspección del silencio, hacia la articulación del lenguaje, del que va aprendiendo a hablar conforme camina para terminar en el pretendido dominio de una retórica que permita no la ostentación banal del conocimiento, sino la contingencia del lenguaje en el silencio sabio.
¿Cómo empieza uno como Aprendiz? guardando silencio porque apenas se deletrea el sentido de la interpretación y del orden simbólico. ¿Cómo se logrará dominar lo anterior? poco a poco, paso a paso, hasta llegar a la oratoria, al dominio ya no solo del lenguaje, sino de la retórica como medio de persuasión y de convencimiento. Poner voz también implica en silencio, el invocar. Por tanto, el silencio también remite a nuestra facultad nigromante, lo que nos permite en la condición solemne, hacer un homenaje en un minuto y comunicar un cúmulo de expresiones a quienes suponemos en la otredad o en el viejo adagio de la lontananza.[11]
El silencio de ultratumba o en el viaje terrenal masónico, es el que nos obliga a las reflexiones, en un primer término. No sabemos cuánto tiempo estaremos, en el silencio que nos obliga a la “reflexión” o quizá, a tener que esperar como las voces de Comala, empiecen de nuevo a escucharse a lo lejos; en susurros soterrados. Esto dará pie a entender, y quizá a aceptar con la debida madurez del sujeto masónico, que cada uno de nuestros escalones, nos obligará en cierto momento a regresar a considerar el silencio como una de las más bellas condiciones del sujeto pensante, del sujeto modesto y finalmente, al más sabio.
Es mi palabra.
Atte.
JABL
[1] Véase: T. Hall, Edward. El Lenguaje silencioso, Alianza-CONACULTA, México, D. F. 1998.
[2] En ciertos deportes y divertimentos de cierta clase social, se “obliga” a cierto silencio: golf, tenis, ajedrez.
[3] Cfr.: https://www.mxfractal.org/F11lisca.html revisión 20 de febrero, 2025.
[4] Población del estado de San José en Uruguay.
[5] Obsérvese que, el manillete se inserta en el cubo, es decir, la ciencia incide en la materia y viceversa.
[6] En el sentido propio de: “… fuerza infinita de la resistencia contra la libre voluntad. Libre voluntad sin fatum es tan impensable como el espíritu sin lo real, como lo bueno sin lo malo, pues solo las contradicciones dan lugar a los rasgos del carácter”. Cfr. Nietzche, Friedrich. Fatum e Historia, Ed. Libre, Elejandria.com 2024.
[7] Cfr. Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Akal ed., Madrid, 1985, pág. 82
[8] Atribuida la frase al historiador austriaco Otto Pächt
[9] Véase: Ranciere, Jacques. El Maestro ignorante, cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Laertes Ed. Barcelona, 2002
[10] Remite al caminar en sentido contrario, por Occdiente: de la Columna B (fuerza, Hércules) a la Columna J (belleza, Venus) a la Columna del Norte (luna, inteligencia, Minerva) hacia el Mediodía (sol, sabiduría, Apolo).
[11] Palabra renacentista italiana, referente a “la lejana distancia”.
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